Todos los días nos dicen que estamos en guerra y es cierto. Pero sin comprender la identidad y situación del enemigo, ninguna guerra puede ser ganada.
Del enemigo conocemos bien su historia, su identidad corporativa, conocemos hasta dónde alcanza la dimensión y concentración de su poder, conocemos las instituciones y las armas que utiliza, pero puede que no hayamos comprendido bien cuál es su situación en este crucial momento. Y de ser así, no podremos entender la gravedad, ni la oportunidad, que ahora se abre ante el común de la especie humana.
El orden dominante tiene un básico problema de límites, sabe que la acumulación de capital, que es su razón de existir, ha llegado a un punto máximo en el que ya no puede seguir extrayendo valor a la producción, lo intentaron a partir de la financiarización y resultó un colosal fracaso, imposible de resolver mediante una economía en la que el producto principal es el dinero, una pura abstracción. No hay resquicio de la actividad humana que no haya sido objeto de negocio, su dinámica depredadora está agotando las materias primas, el trabajo humano ya no produce la plusvalía mínima que permita mantener la tasa de ganancia, la competencia en los mercados es a muerte, la globalización neoliberal ha dejado de ser una alianza capitalista internacional impulsada por la libre circulación de capitales que le permitió la tecnología informática. La mano de obra se ha vuelto obsoleta, ya solo puede extraerse valor de los productos fabricados mediante el “trabajo” de máquinas, lo que implica índices de desempleo masivo, que los Estados se ven obligados a subsidiar mínimamente para evitar la rebelión social, e implica que esas masas precarizadas, podrán consumir mucho menos y sólo productos muy baratos. El sistema económico está así descomponiéndose por razón de su propia lógica y dinámica autodestructiva. La internacional capitalista que durante las décadas de vida de internet hemos venido denominando como “globalización”, ha implosionado y el escenario actual es el de una guerra comercial y militar a escala global, entre facciones de capital nacional que intentan resistir a su propio colapso tejiendo nuevas alianzas estratégicas en una nueva geometría de bloques y, en todo caso, replegándose en sus territorios nacionales de origen. El neofascismo, en auge por todo el mundo, responde a este repliegue introspectivo, nacionalista, del capital.
Asistimos a una colosal operación mediática orquestada para convencer a las poblaciones de todo el mundo que la gran depresión económica que se avecina es “nueva” y exclusivamente debida a la causa de la pandemia del coronavirus, como si ésta no hubiera sido sólo la chispa que ha acelerado la combustión del orden capitalista, fraguada durante el tiempo de la globalización neoliberal que, no lo olvidemos, tiene la misma edad de la internet. Su finalidad es corresponsabilizar al conjunto de la sociedad en la solución de la crisis, con el efecto que ya sabemos: transferir rentas del trabajo al capital, mantener la tasa de ganancia y hacer “sostenible” la acumulación de capital, un plan que sólo es posible complementado con un genocidio a gran escala para eliminar el excedente de población, una carga que resulta insoportable para la cuenta de los Estados, como inservible para la “salida de la crisis”.
Las fórmulas de ese genocidio “necesario” ya están siendo ensayadas mediante la combinación de varios métodos: un brutal descenso inducido de la natalidad, la multiplicación de escenarios bélicos a base de complejas guerras militares, comerciales y bacteriológicas y, en consecuencia, la extensión de la miseria, el hambre, las enfermedades y la muerte que, en medida infinitamente más letal que la actual pandemia, ya están operativas…y no es cosa de hoy, ni de ayer mismo.
Pienso que se equivocan quienes vaticinan un inminente derrumbe del sistema estatal- capitalista. Es un gran error menospreciar la inteligencia estratégica que el orden capitalista y su aparato estatal ha desarrollado a lo largo de siglos de exitosa experiencia. Sin caer en ese error, se verá que su estrategia para la superación de la crisis es bastante previsible, con una hoja de ruta condicionada a la superación de su caótica fragmentación actual, que le permita ahormar una estrategia no menos global, aunque ahora será “necesariamente” más autoritario y más nacionalista. Con modales socialdemócratas, sí, pero en esencia neofascista, a partir de estos objetivos:
-Corresponsabilizar a las poblaciones en “la salida de la crisis”.
-Aplicación de todo el cóctel de medidas, antes señalado, dirigidas al exterminio de la población sobrante.
-Refresco de la mano de obra industrializada mediante su progresiva sustitución por mano de obra emigrante joven y más barata.
-Dotación de un mínimo Estado de Bienestar, mediante la implantación de una renta básica universal que, aunque suponga una precarización generalizada de las clases medias de los países más industrializados, sea suficiente para mantener el consumo en un nivel operativo y que, sobre todo, sirva para neutralizar la rebelión social de las pequeñas burguesías nacionales (la única que esperan).
En resumen, tres son las vías que se abren, por este orden de posibilidad:
1º. La de la anterior hoja de ruta neofascista.
2º. El colapso definitivo del sistema, que arrastraría a toda la humanidad hacia su propia extinción.
3º. La emergencia de una rebelión social con suficiente masa crítica y con un programa revolucionario de alcance global y radical en su exacta significación: capaz de atacar en su raíz las causas de la distopía en la que estamos viviendo.
No podemos sino acogernos a esta última opción, por mucho que sea la que cuenta con menos posibilidades. De intentarlo, siempre será una tarea agónica y para largo, tanto si la distopía continúa en modo neofascista (vía 1), como si es en modo netamente apocalíptico (vía 2). Pero, en todo caso, lo que exige es una estrategia anticipada y radicalmente contraria, que sea previsora de todas esas posibles situaciones.
Lo cierto es que a día de hoy, al menos yo no vislumbro ninguna rebelión social. Sí es cierto que hay una sobreoferta teórica, con cientos de diagnósticos y puro criticismo, todas carentes de propuesta, pero ningún programa para abordar integralmente la realidad global de hoy, sólo abstracciones ideológicas y vaguedades sin concreción alguna, sólo aproximaciones parciales y de naturaleza exclusivamente intelectual, sólo buenas intenciones, más o menos vocalizadas con tono radical y, casi siempre, con la pretensión de actualizar ideologías ya ensayadas y fracasadas, que buscan una segunda oportunidad.
Por eso, además de por la gravedad y oportunidad del momento que nos ha tocado vivir, creo que este próximo Encuentro no podemos dejar que sea uno más. Sencilla y crudamente, porque no queda tiempo, porque estamos en una encrucijada crítica, en la que tomar un camino u otro será decisivo y determinante, como puede que nunca lo haya sido a lo largo de la historia humana. Y cometeremos un error letal si continuamos instalados en el “discurso”, no basta cambiar el número y el título del encuentro.
El discurso es el tablero de juego previsto y colocado por la fuerza colosal a la que nos enfrentamos, cuya inteligencia estratégica no deberíamos menospreciar. El discurso es el terreno mediático, el de la imagen y la palabra como representación y narración de una realidad que así queda al margen del “juego” real del poder y a total disposición de una estrategia más inteligente. El discurso es un mapa de la realidad, su representación, pero no es la realidad. Ahí atrapados, no nos espera otro futuro que el nihilismo, un idealismo desesperado, enfermizo y crónico, que siempre podremos sobrellevar a base de la mejor medicación paliativa y el “mejor sistema sanitario”.
No jugar en ese tablero es la primera y más decisiva decisión estratégica que podemos tomar. Es mejor y más inteligente jugar donde no quieren que juguemos, en la realidad. No perdamos más energía y tiempo en ese tablero del juego virtual, la tarea que nos hemos propuesto sólo puede ser presencial, corporal, como es la convivencia, corporal y real como también lo es el cotidiano estado patológico en que transcurren nuestras concretas vidas y las de la inmensa mayoría de la especie humana. El discurso es el terreno de la vida virtual, exclusivamente literaria, imaginaria, es internet, son las redes sociales y los medios de comunicación. El discurso es el juego parlanchín/parlamentario, de izquierdas/derechas, de gobierno/oposición, es una lucha de clases institucionalizada y mantenida mediante la esperanza populista, siempre de naturaleza abstracta y mensaje redentor, siempre basada en una religiosa fe en la razón y triunfo final de un “Bien Común” prometido por las instituciones estatales y mercantiles. Un destino tan creíble como perfectamente ilusorio, absolutamente irrealizable en las condiciones y normas del juego establecido, porque ese “bien común” prometido no está previsto en otra forma que no sea virtual.
Considero un gran error estratégico el plantear una organización en modo “fraternidades de base”.Porque pienso que resultará muy costoso e infructuoso su desarrollo, en tiempo y energía. Porque ya existe un exceso de oferta en el mercado de los clubs de “buenas intenciones”. Porque no nos saca del tablero del “discurso” y, fundamentalmente, estoy en contra porque no me parece coherente con los principios que compartimos. También -y no es poco- porque no ha habido lugar para la reflexión y el debate.
Hasta ahora hemos convenido que “somos” una corriente de pensamiento, con vocación revolucionaria radical e integral, pero no de vanguardia ni de partido. No veo otra forma coherente ni más efectiva que la de proponer una organización que sea una anticipación de la sociedad que deseamos, y una confrontación real con el sistema a superar y, en definitiva, la autoorganización creativa de contrapoder popular. Una propuesta al común de la sociedad, no “nuestra” organización. Mi propuesta va en esa dirección, entiendo que es discutible pero que, al menos, merecería un mínimo de consideración. De ser posible, me propongo presentarla como ponencia en el Encuentro (“Por un pacto global del Común, hacia la autoorganización social en democracia integral: libertaria, ecológica y comunal”).
Desde mi entendimiento, este próximo Encuentro será una gran oportunidad perdida si no lo enfocamos en definir nítidamente los principios de lo que denominamos “revolución integral”, junto a una estrategia coherente y adecuada a los circunstancias de los tiempos que corren.
Los que somos, pocos o muchos, compartimos un conjunto de sólidas convicciones que, son mayormente deudoras del pensamiento personal de Félix RM, al que siempre estaremos obligados a reconocer justamente su ingente obra y especialmente en aquella parte que, al menos yo, considero que es su aportación más relevante, que es la referida al proyecto de revolución integral a partir de la autoconstrucción de un sujeto individual, a su vez constructor de comunidad. Como no menos importantes son sus investigaciones históricas y sus aportaciones en torno a los sistemas de autogobierno popular y propiedad comunal de las sociedades campesinas tradicionales.
Sin renunciar a ninguna de esas convicciones, sino que muy al contrario, profundizando en ellas, pienso que tenemos al alcance de la mano la posibilidad de articular un programa político realmente innovador y, sobre todo, coherente con los principios que compartimos y a la altura de las graves circunstancias actuales.
Para ello, entiendo que hay que desarrollar un nuevo paradigma integrador de estas tres dimensiones: individuo, naturaleza y sociedad, en una síntesis libertaria/ecológica/comunal.
Tenemos bien fundamentada la dimensión libertaria, pero entiendo que no así las otras dos y, en consecuencia, tampoco su síntesis o integralidad.
En ambos casos, pienso que deberíamos sobrepasar los límites que la historiografía política y el academicismo seudocientífico han impuesto a “lo comunal” y a “lo ecológico”. Estoy hablando de un nuevo concepto de los bienes comunes universales y de la ecología como ética y no sólo ciencia de la naturaleza. Y, necesariamente, estoy hablando de integrar esas tres dimensiones en una nueva y radical forma de organización social, que podríamos denominar democracia integral, realizadora de la síntesis libertad/naturaleza/sociedad.
Me limitaré aquí a una notas que apuntan en esa dirección:
Sobre los bienes comunes universales (o procomún universal)
– La Tierra toda es el comunal universal de la vida en su conjunto y en toda su diversidad. A la especie humana, por ser la más evolucionada y la única que ha alcanzado conciencia de sí misma como del mundo, nos corresponde la responsabilidad de cuidar el equilibrio ecológico que produce y reproduce la vida en todas sus formas.
-El Conocimiento humano, creado, acumulado y transmitido entre las generaciones y pueblos del mundo a lo largo de la historia, es el comunal universal y propio de la especie humana.
Su trascendencia ética, ecológica, económica, social, cultural y política es inmensa en todos los órdenes, subvirtiendo radicalmente los conceptos de propiedad y trabajo.
Sobre la ecología:
Hay que sobrepasar y perfeccionar la visión exclusivamente científica de la ecología, ampliarla a todas sus dimensiones, éticas, sociales y económicas. La corriente actual del “ecologismo social” es un buen punto de partida, inspirado en la “ecología de la libertad” de Murray Bookchin, pero que sólo ha sido capaz de ser formulado en inacabados programas de realización práctica, hasta ahora carentes de estrategia integral y global (zapatismo, municipalismo democrático, decolonialismo, indigenismo…)
Sobre la democracia directa:
Por sí mismo es concepto insuficiente y puramente metodológico si no es integral, en el sentido práctico y vital anteriormente apuntado.
-El concepto de democracia directa seguirá bloqueado por siempre si permanecemos estancados en sus métodos tradicionales (campesinos, sindicales y políticos). Ese bloqueo desaparece si el procedimiento consiste no en un momento sino en un proceso, en el que no necesariamente todos los miembros de la asamblea tengan que estar reunidos en un mismo lugar y tomar decisiones todos al mismo tiempo. No es de extrañar el desprestigio del procedimiento asambleario tradicional, debido a la práctica de las vanguardias políticas y sindicales, que tienen en las asambleas masivas el caldo idóneo para reducir la participación al mínimo, así como para su fácil manipulación por individuos o grupos organizados e, incluso, por los más parlanchines o los más bocazas. Por otra parte, en paralelo a ese desprestigio ha quedado fijada la idea de que el procedimiento asambleario sólo es viable en pequeñas comunidades rurales, por lo que sería impensable su aplicación en las grandes urbes, o sea, totalmente imposible en este mundo actual en el que la mayor parte de la población mundial se concentra en esas grandes ciudades.
Para que eso sea posible sin merma alguna de calidad, primero hay que dejar de llamar asambleas a cualquier reunión, reservando la denominación de asamblea a los órganos de autogobierno. Y en este caso, hay que variar el procedimiento, separando perfectamente las siguientes secuencias temporales:
- Información previa, a través de un medio de comunicación propio y realmente democrático, sobre las iniciativas que componen la agenda de la asamblea.
- Tiempo de reflexión personal sobre esa información.
- Deliberación y votación de la agenda de propuestas en concejos o consejos (libres agrupaciones de no más de cien personas o número similar que permita la participación de todos sus integrantes.
- La asamblea u órgano del autogobierno, que preferiblemente será presencial y consistirá en el cómputo de los votos de cada concejo a las diferentes propuestas, siendo preferible pero no necesario que sea presencial, pudiendo ser presentado el resultado de la votación, en este caso, por un delegado de cada concejo, pero pudiendo realizarse dicho cómputo telemáticamente, por lo que el procedimiento es igualmente válido para una pequeña asamblea rural como para una gran asamblea urbana e integrada por varios millones de personas.
- Ejecución de las decisiones de gobierno en cooperativas autogestionarias, integradas por todos los miembros de la asamblea (mayores de 14 años), cooperativas como unidades de producción de bienes y servicios comunes, que se ocupan de hacer lo acordado, en sus respectivos campos de actividad (administración y hacienda, producción y distribución de bienes y servicios).
- Evaluación de resultados (nuevamente en concejo o consejo).
Todo ello conlleva un cambio radical de la organización política y económica de la sociedad, que implica una nueva concepción en el modo de relacionarnos, de habitar los territorios, un nuevo concepto de la vivienda, del urbanismo y de nuestra relación con la naturaleza.
¡Salud y coherencia!
Nos veremos y abrazaremos en el IV Encuentro, Nanín
Hola Nanín, gracias por tu contribución.
Respecto a lo que comentas en los siguientes dos párrafos me surge alguna duda:
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Considero un gran error estratégico el plantear una organización en modo “fraternidades de base”.Porque pienso que resultará muy costoso e infructuoso su desarrollo, en tiempo y energía. Porque ya existe un exceso de oferta en el mercado de los clubs de “buenas intenciones”. Porque no nos saca del tablero del “discurso” y, fundamentalmente, estoy en contra porque no me parece coherente con los principios que compartimos. También -y no es poco- porque no ha habido lugar para la reflexión y el debate.
Hasta ahora hemos convenido que “somos” una corriente de pensamiento, con vocación revolucionaria radical e integral, pero no de vanguardia ni de partido. No veo otra forma coherente ni más efectiva que la de proponer una organización que sea una anticipación de la sociedad que deseamos, y una confrontación real con el sistema a superar y, en definitiva, la autoorganización creativa de contrapoder popular. Una propuesta al común de la sociedad, no “nuestra” organización. Mi propuesta va en esa dirección, entiendo que es discutible pero que, al menos, merecería un mínimo de consideración. De ser posible, me propongo presentarla como ponencia en el Encuentro (“Por un pacto global del Común, hacia la autoorganización social en democracia integral: libertaria, ecológica y comunal”).
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No me queda claro que tipo de organización propones, es decir, ¿estás proponiendo un modelo y/o una organización específica con sus respectivos miembros, cargos, estrategia y objetivos?
Hola, Gorka. Niego la coherencia de una organización autorreferenciada en nuestra corriente de pensamiento, lo que hago es una propuesta abierta a toda la sociedad, un ayuntamiento global a partir de un Pacto del Común (integrado por unos principios básicos que puedan ser compartidos universalmente), un pacto a su vez constituyente de Ayuntamientos Comunales en cada población y territorio, en paralelo y confrontado a las instituciones dominantes en el terreno de lo concreto, un contrapoder real que anticipe y experimente la sociedad comunal que creemos necesaria. Entiendo que parezca complejo, por eso que lo presentaré pronto en esta web y como ponencia en el encuentro. Salud y gracias por tu comentario.